Finalmente se convirtió en árbol, robusta, frondosa, penetrante en la tierra... sintiendo como la recorría la savia risueña, alborotándole los poros.
Ahora indígena y ella eran una, su risa resonaba en los recovecos de madera, vibrando cada hoja. Yacía tranquila, era su interior lo que la abrazaba ahora, meciéndola entre libélulas que a cada carcajada se escapaban de su boca.
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