Indígena se levantó repentinamente mientras se tocaba el
pecho sintiendo aún la sacudida desde dentro. Sus ojos tenían una expresión
inquieta cuando estalló en sonora carcajada inundándolo todo. Era tan obvio que
nunca me di cuenta, tan obvio que tuve a tocarlo y sentirlo para verlo.
Ella era del mismo color que la tierra con la que impregnaba mis heridas cuando
caía.
Esta vez la tempestad se desató en su interior y yo no podía
hacer nada más que mirarla paralizada por el susto. Por un segundo sentí que éramos
dos distintas, mirándonos frente a frente, contagiándome su sed. “Ahora te toca
a ti” me decía mientras enraizaba sus manos con las mías. Con el paso del
tiempo había renunciado a ello de tal forma que lo había olvidado pero el
camino era tan obvio como el color de su piel. “Ahora te toca a ti. Esta vez no
dejaré que te pierdas.”