Agotada se dejó caer, impregnada de barro y con los ojos perdidos en la inmensidad azul.
Ella se mantenía en silencio, más tranquila, sabía que las quedaba mucho por andar.
Sentada en la arena escuchó un fuerte estruendo en su pecho, mientras, el alma indígena la besaba sus ojos vidriosos: "no te preocupes, nadie lo ha oído".
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